La historia relata gradualmente los problemas de una granja colectiva durante unos pocos días de otoño en los años de la Hungría post-comunista, observada desde la perspectiva de distintos personajes. (FILMAFFINITY)
http://www.filmaffinity.com/es/film530324.html
Convertida por diversas razones, entre ellas su extensión, en una película de culto, Sátántangó es ciertamente una experiencia cinematográfica radical, esencialmente distinta a cualquier otra. Las similitudes que algunos críticos han trazado con el cine de Dreyer, Tarkovsky o Antonioni pueden ser pertinentes en aspectos parciales, pero no acaban de explicar el extraño y malsano magnetismo de una obra que explora, durante siete largas horas, la idea misma de la decadencia y la entropía. Buena parte de la fascinación proviene precisamente del contraste entre el rigor de su puesta en escena –encuadres simétricos, planos de diez minutos, fotografía en un B/N dominado por los grises, relato fragmentado en el tiempo y el espacio, hipnótica ¿música? de acordeón y ruidos– y el carácter sórdido y feísta de su contenido, tanto del ¿tema? principal como del ¿argumento? Dicho esto, 420 minutos son muchos minutos, y en ocasiones (la famosa secuencia del baile es el ejemplo más claro, pero no el único) se hace difícil no pensar que el alargamiento infinito de los planos no obedece a otro criterio que el viejo “épater le bourgeois”. Y Tarr no necesita recurrir a ese truco fácil para impactar al espectador: su fuerza visual y el suspense implícito en su errático y sin embargo férreo guion lo logran sobradamente. Deslumbrante en ocasiones, molesta en otras, desmesurada siempre, no es una película perfecta –si es que algo así existe–, pero sí mucho más sólida, intensa y sugerente de lo que uno podría esperar conociendo únicamente su temática y duración. Porque pese a ellas –o quizás precisamente gracias a ellas, en cuyo caso esta crítica carecería de sentido y nos encontraríamos ante una obra maestra absoluta que explora nuevas vías de concebir el cine, para las que quizá aún nos estemos preparando– la película, una vez vista, se queda dentro de uno. Juzguen ustedes mismos. Pero recuerden: 420 minutos.
Daniel Andreas: FILMAFFINITY
"Una oscura, rara y apocalíptica alegoría de la psyche húngara que estimula, irrita, calma y sobrecoge con golpes cegadores de genio en igual medida."
Derek Elley: Variety
http://www.filmaffinity.com/es/film530324.html
Convertida por diversas razones, entre ellas su extensión, en una película de culto, Sátántangó es ciertamente una experiencia cinematográfica radical, esencialmente distinta a cualquier otra. Las similitudes que algunos críticos han trazado con el cine de Dreyer, Tarkovsky o Antonioni pueden ser pertinentes en aspectos parciales, pero no acaban de explicar el extraño y malsano magnetismo de una obra que explora, durante siete largas horas, la idea misma de la decadencia y la entropía. Buena parte de la fascinación proviene precisamente del contraste entre el rigor de su puesta en escena –encuadres simétricos, planos de diez minutos, fotografía en un B/N dominado por los grises, relato fragmentado en el tiempo y el espacio, hipnótica ¿música? de acordeón y ruidos– y el carácter sórdido y feísta de su contenido, tanto del ¿tema? principal como del ¿argumento? Dicho esto, 420 minutos son muchos minutos, y en ocasiones (la famosa secuencia del baile es el ejemplo más claro, pero no el único) se hace difícil no pensar que el alargamiento infinito de los planos no obedece a otro criterio que el viejo “épater le bourgeois”. Y Tarr no necesita recurrir a ese truco fácil para impactar al espectador: su fuerza visual y el suspense implícito en su errático y sin embargo férreo guion lo logran sobradamente. Deslumbrante en ocasiones, molesta en otras, desmesurada siempre, no es una película perfecta –si es que algo así existe–, pero sí mucho más sólida, intensa y sugerente de lo que uno podría esperar conociendo únicamente su temática y duración. Porque pese a ellas –o quizás precisamente gracias a ellas, en cuyo caso esta crítica carecería de sentido y nos encontraríamos ante una obra maestra absoluta que explora nuevas vías de concebir el cine, para las que quizá aún nos estemos preparando– la película, una vez vista, se queda dentro de uno. Juzguen ustedes mismos. Pero recuerden: 420 minutos.
Daniel Andreas: FILMAFFINITY
"Una oscura, rara y apocalíptica alegoría de la psyche húngara que estimula, irrita, calma y sobrecoge con golpes cegadores de genio en igual medida."
Derek Elley: Variety
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