
En “Reconstruction” hay ecos de genialidad, de entusiasmo, de gran lirismo. Oímos voces de Frank Capra en su tono fabulador, de Julio Medem en su desesperado romanticismo, de David Lynch en su capacidad de hacer palpable lo onírico, de Spike Jonze en su capacidad de sorpresa o incluso de Lars Von Trier en su capacidad de pasar del dolor sentido al dolor físico. Y sin embargo, Boe, bebiendo de tantas y tan ilustres fuentes, se revela único, genuino en su creación y hace del título de su película, la clave para entender el ensamblaje que le permite transmitir a la perfección ese concepto de magia fílmica con una personalidad que se desmarca de toda influencia. “Es una película, es una reconstrucción, pero aún así, duele”. Esta frase recitada en off al inicio y al final de la cinta redondea, sintetiza los grandes méritos de esta creación fílmica, destapa y reserva el frasco de las esencias que nos embriagará durante hora y media. Con su ínfima calidad de imagen, con su saturado colorido, crea una sobrecogedora atmósfera en la que, sin mostrarnos ninguna destacable innovación, deslumbra con su capacidad de desnudar los sentimientos, de mostrar su irracionalidad, y devuelve a frases tan escuchadas como un “te quiero” un extraño poder de penetración en la sensibilidad del espectador. Porque la estructura narrativa de la película es tan redonda que tiene lecturas en varias direcciones, desde el optimismo al derrumbamiento emocional, y encuentra en esa mezcla paradójica su capacidad de fascinación. En la perfección abrumadora del rostro de Maria Bonnevie en contraste con los rasgos primitivos de Nikolaj Lie Kaas, surge el contraste entre la belleza de la vida, la fortuna o la condena, la esclavitud a la providencia. Sus interpretaciones se nutren de esa naturalidad pasmosa del Dogma del que provienen y perfilan un conjunto que prescinde casi por completo de llevar un ritmo convencional. - mas info>
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