Nos
encontramos en las aldeas Kurdas del Cáucaso, en la devastada armenia
post-soviética. Hamo es un viudo de 60 y tantos años, un oficial
retirado de la armada roja. Sus únicos bienes son un viejo armario, un
televisor ruso, su uniforme militar y una pensión de 7 dólares
mensuales. Todos los días Hamo va hasta el cementerio y quita la nieve
del retrato de la tumba de su esposa. Un poco más lejos, Nina, una
atractiva viuda de 50 años, quita la nieve de la tumba de su marido. En
el autobús que los trae de vuelta a sus aldeas viajan separados por tres
filas de asientos. Hamo mira a Nina. Ella le devuelve la mirada. El
paisaje fuera es totalmente blanco excepto por las piedras de las
montañas. Cuando Hamo regresa a su pueblo encuentra una carta de su hijo
que vive en París. El pueblo se altera.
"Notable... dotada de un humor aplastante de puro ingenuo,
con una sutileza cercana al cine mudo de Buster Keaton, preciosa puesta
en escena" (Javier Ocaña: Diario El País)
"Nos asoma a rincones ignotos del mundo. Saleem revela ser
un verdadero cineasta, elegante estructura". (Antonio Weinrichter:
Diario ABC)
El título puede sonar a comedia adolescente made in USA,
pero se trata de la última peli del kurdo iraquí Hiner Saleem, en la que
nos cuenta la vida (por llamarlo de alguna manera, porque eso no es
vida ni es ná) de los kurdos de Armenia, centrándose en una pandilla de
muertos de asco que sobreviven en un pueblecillo del Cáucaso sin perder
la esperanza de que algún familiar emigrado les mande algo de dinero,
mientras van vendiendo los últimos muebles de sus casas y hablan con las
lápidas y las fotografías de los familiares muertos.
Vendedores ambulantes que no saben regatear, camareras de
chiringuitos de vodka en cuyas terrazas nunca toca el sol, prostitutas
sin vocación y perdedores de todos los estilos intentan mantener la
dignidad entre la nieve (porque, por si la pobreza y la soledad no
fuesen suficientemente tristes, encima hace un frío del carajo).
Vamos, que en cierta manera es como Los lunes al sol pero
en exótico y, por tanto, menos aburrido. Además, la fotografía es bonita
y el ritmo pausado, con pocos diálogos, pero de vez en cuando hay algún
toque de humor y al menos nadie se suicida.
Y el espectador sale del cine con la piel de gallina, con
algún remordimiento de conciencia pero dando gracias por haber nacido en
un país en el que somos capaces de gastarnos el equivalente de la
pensión mensual del prota en una entrada de cine.
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